domingo

Ojos que brillan de vida

Un hijo es lo más grande que te puede pasar en la vida. Es puro amor materializado en carne y hueso. Es la unión de dos almas que se aman. Una tormenta de paz y una tranquila brisa cargada de energía que llega a tu vida cada día. Es el despertar animal de una capacidad innata para amar incondicionalmente, para proteger, para enseñar, para educar, para jugar, para crecer, para vivir...y ser feliz.

Un hijo o en mi caso, una hija, supone abrir los ojos cada día buscando su sonrisa y adormentarse al son de su respiración pausada. Es escribir y escribir, relatos y poesías, a dos manos, sin parar, y que la inspiración no cese nunca. Porque una hija es inspiración. Inspiración divina (y lo escribo aún siendo ateo), que no existía hace poco pero que la sientes como que estuvo ahí siempre. Como si toda tu vida hubieras estado esperándola, a ella. A tu pequeña.

Familia y Hogar son dos palabras cuyas mayúsculas pesan demasiado y tremendamente frágiles en el léxico contemporáneo, porque tienen que ver con expectativas. Pero cuando logras una de ellas, no te planteas la siguiente. Solo lo vives con una sonrisa, con el corazón tranquilo; jalonado de sonrisas y curado a base del temor de todo padre, de que todo vaya bien.

Es ridículo decir que las prioridades cambian, porque cambias tú y toda tu vida. Aunque más que cambio, yo creo que ser padre nos devuelve a nuestra esencia. A lo que somos, lo que podemos llegar a ser. Una vez hace mucho tiempo escribí que somos lo que seremos sin miedo a saber lo que hemos sido. Hoy es una frase que me suena casi profética.

Un hijo o una hija es lo más grande que te puede pasar en la vida. Creedme. Porque no hay más felicidad que en la eclosión de una nueva vida.

De un padre enamorado a los amores de su vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario