lunes

La frontera de enfrente

No. No es cuestión de discutir si el término medidas disuasorias es más o menos acertado. No se trata de buscar la legalidad de las medidas o la seguridad de la nación como eternos paradigmas, cuasi inherentes a nuestra lógica más irracional, para apaciguar hasta la más perturbada de las consciencias. No es una respuesta a la colocación según aquí, ahí o allí. No hablemos de invasión ni de desequilibrio demográfico, de ladrones de trabajo o de parásitos sociales. Para buscar parásitos busquen en la cúspide y después vayan bajando, pero no al contrario.

No celebremos nuestra apertura mental, no todavía. No nos creamos civilizados o al menos no más que el resto de animales, al menos ellos obedecen su instinto. No engullamos los mensajes de intolerancia, no nos dejemos distraer y si ya estamos distraídos, no olvidemos lo obvio.

De nada sirve perderse en discursos del tipo ningún ser humano es ilegal mientras a nadie le parecen mal las barreras, fronteras, alambre espinado, muros...paredones, al fin y al cabo. Rechazamos la cruenta ocupación israelí o el maltrato constante en la frontera mexicana con los Estados Unidos. O los abusos de los derechos humanos en la frontera entre Corea del Norte y China. Lo del ojo ajeno no es paja, ni mucho menos, pero nuestra viga no es de menos tamaño, ni relevancia. Antes de comenzar a hablar o escribir, de versar el más mínimo comentario sobre estos temas, recuerde el lector nuestras vallas en Melilla, con cuchillas o sin ellas, recuerde la simple legitimación de esas vallas, la aceptación general y consensuada de su existencia, de esa prohibición manifiesta; como recordando a los más pobres que nunca dejarán de serlo y que nuestro esfuerzo en esa dirección parece no desfallecer. Y si, por un error del sistema, consiguieran escapar libremente (triste antítesis donde las haya) toda una sociedad cargada de prejuicios se encargará del resto.