lunes

Caricias de (ir)realidad

Son sombras ombrosas que pasean sin destino. Son amarguras vividas desapercibidas. Son ojos tristes que evitan cruces de miradas, sonrisas tapadas, ilusiones perdidas y esperanzas inhibidas. 

Con dos brazos que caen a ambos lados del cuerpo como péndulos, que de gel solo se alimentan y han olvidado abrazar. Son brazos blandengues porque solo se cruzan indignados o golpean mesas desesperados, o colocan el antifaz que nos recuerda nuestra penitencia. 

Somos animales que no ven sonrisas, no hablan con claridad los labios sellados, ni sienten el perfume de la primavera. Pero sobre todo, somos el tacto negado. El TACTO. El contacto indispensable

Es el primer sentido a través del cual conocemos el mundo. Y el último en desaparecer cuando dejamos flotar el último suspiro. Los enfermos de esta pandemia sufren pérdida de olfato y gusto. Pero a la entera humanidad (enfermos o no) nos han privado del mayor órgano de sentido

Está científicamente demostrado como el tacto de enfermeros y médicos ayude psicológicamente al enfermo en su proceso curativo y como la privación de abrazos y mero contacto físico en los años noventa, llevó a déficit cognitivos a niños de un orfanato rumano.

No sentimos la piel, no nos sentimos bien. Sin dopaminas ni endorfinas. Desangelados, siempre conectados; pero fuera de cobertura de nuestro propio ser. El tacto negado, el sentido olvidado. Los abrazos que se rompen en pedazos. Lienzos de una vidas de los que apenas se intuyen trazos.

Hoy no tengo un colofón a este post. Solo el deseo de volver a tocarnos.