miércoles

Historia de la creatividad humana en torno al gran fuego

El origen es, en su mayor parte, una gran incógnita. Y me parece justo que así lo sea. Un accidente con probabilidades ínfimas de éxito provocó la vida y un sistema interconectado habitable, la adaptación y evolución de las especies hizo el resto.

Marzo de 2020, Italia. En pleno confinamiento por el coronavirus, hemos encontrado preocupaciones que ni sospechábamos pero también tiempo que no recordábamos que teníamos. Con ese tiempo, uno puede escribir y leer más. Y pensar mucho antes de actuar. Existir más allá de la vida cotidiana.

Estos días, me hallo inmerso en la lectura de un maravilloso ensayo regalado por mi querida hermana: Los orígenes  de la creatividad humana del biólogo y entomólogo Edward O. Wilson.
En el capítulo del nacimiento del Homo Sapiens como animal puramente social hubo algo que me sorprendió. Partimos de un origen común que desemboca, por un lado, en los actuales chimpancés y sus hermanos algo más avanzados los bonobos. En la otra ramificación, la que nos interesa y ocupa por razones obvias se suceden: Homo habilis, Homo erectus o Austrolopithecus, que son algunos de los teloneros del grupo principal, hasta el momento: el Homo Sapiens de hoy.

Los cazadores-recolectores, nómadas por naturaleza hasta el nacimiento de la agricultura, vivían en una sociedad poco cohesionada hasta el advenimiento de dos grandes factores. El primero fue el paso a una dieta prevalentemente carnivora (lo siento por los veganos), pues nada cohesiona más que enfrentarse a un enemigo común, en este caso, a una presa común.

El segundo y, probablemente más importante, es el descubrimiento y posterior control del fuego. Estudios actuales en tribus aun existentes en la actualidad avalan la tesis que expongo: durante el día las conversaciones entre miembros de la tribu eran impersonales y meramente técnicas en lo inherente al mero hecho de cazar. Sin embargo, durante la tarde y noche, alrededor de un fuego, las conversaciones empezaban a ser más personales y metafísicas. Más narrativas. Leyendas de grandes cazadores y epopeyas que se narraban y repetían en forma de canciones, nacieron y se quedaran entre nosotros.

Alrededor de un fuego se gestó el nacimiento del arte. Yo creo que no gracias al fuego, sino gracias al límite que el mismo fuego suponía en ese momento. Esta última afirmación es conclusión mía personal. Y me explico. El fuego servía para espantar a las bestias y mantener los cuerpos calientes. Se encontraban los miembros de la tribu relajados, alrededor del mismo, con este fin pragmático.

Pero es, entonces, que de un límite nace la creatividad. Dando un salto evolutivo a nuestros días, el gran Ignatius Farray defiende que los límites, en su caso, los límites del humor deben existir. Pues, una vez sabidos estos límites, el oficio del humorista será acariciarlos y hacer equilibrios sobre tales límites, sobrepasándolos a veces en ciertos contextos. Si no los hubiera no podría existir el humor, tal y como lo entendemos.

A pesar de no estar del todo de acuerdo, pensándolo bien, uno de los principales motores de la vida es su único y gran límite. Si no existiera la muerte pienso que muchos procrastinarían aún mas. Si fuésemos inmortales, quizás no encontraríamos sentido en vivir el momento, en amar a los demás o en crear arte.

El arte y la creatividad humana nace para ser inmortal, en un mundo tremendamente mortal. El límite ayuda a una expansión ilimitada e infinita. Una vez más un dualismo platónico de opuestos que se compensan. Y al final, las humanidades se generaron alrededor del fuego, el origen de todo lo humano, desde el punto de vista creativo, tuvo lugar frente al límite espacio-temporal del fuego. Como actualmente lo tiene frente a otros límites, confinamiento anti-pandémico incluso.

Parafraseando el planteamiento de Heráclito de Efeso hace más de 2500 años: El fuego es la materia, el substrato de todas las metamorfosis, la conexión universal.

lunes

El iluminismo nublado

Vivimos en años de lo irracional. Años en los que el nacionalismo arrasa y el individualismo, más. Con poblaciones que se quejan más por la cancelación de una serie en Netflix que por las bombas en Idlib, las chabolas de jornaleros en Murcia, Huelva o Almería o las muertes en el mar.

Lo hemos conseguido, hemos llegado y posiblemente superado el máximo nivel humano de inhumanidad. Asustados por un virus e ignorando el resto del mundo, y así nos va. Diez años, han pasado desde la irrupción más mediática de fascistas violentos en la política europea reciente. Amanecer Dorado, fue el partido, ahora casi desaparecido y judicialmente culpable de muchos delitos. Pero cuya inhumanidad al prójimo debió calar hondo, los derechos humanos están bajo mínimos en todo el mundo.

Como la máquina de fango de Umberto Eco, personas y partidos pasan pero las ideas, como el fango, se quedan. A mancha de leopardo, por desgracia, prosperan. Nada de esto explica, lo que se vivió ayer en Lesbos. Personas que amenazan a voluntarios, que aguardan y apalean a personas que escapan de la guerra. Sobrevivieron a una precaria travesía en el mar y ahora se enfrentan a la tiranía de la violencia ignorante europea. Violencia casi organizada, que a las mafias libias nos recuerda.

Es terrible y temible, que odisea tras odisea, siempre pierdan los mismos. Y aunque la reacción de buenas personas no cesan, desfallece nuestra fe en la tierra y en las personas que lo pueblan. Nos creemos libres por poder elegir nuestro diversivo, en que modo ignorar el sufrimiento ajeno las próximas 24 horas. Es un error y un horror. Un peligroso desierto con una tempesta en calma. Y por desgracia, esta vez, dicen más unas pocas imágenes que 293 palabras.