jueves

La lucha contra el cambio climático no tiene color político (y lo quiero demostrar)

Alguna que otra vez, durante mis (cada vez más frecuentes) lapsos de insomnio, me entretengo a pensar en la condición humana y sus circunstancias. Es recurrente la fantasía de un mausoleo de la estupidez humana. Efectivamente, la extensión de dicho mausoleo bien podría extenderse a lo largo y ancho de nuestro planeta e incluso traspasar fronteras hacia los límites del universo conocido.

En dicho mausoleo, no faltarían las persecuciones a herejes de la Santa Inquisición, los sistemas esclavistas ni por supuesto, en un puesto de honor, los terraplanistas (en pleno siglo XXI). Tienen su nicho, obviamente, los negacionistas del calentamiento global o cambio climático. Sin olvidar los otros negacionistas ultrarreligiosos de la teoría de evolución, si todavía existieren. En este post me centro en los primeros.

Bueno, más que rebatir los argumentarios de los negacionistas con evidencias científicas, cosa que ya han hecho mil veces gente con autoridad para ello, me voy a centrar en una percepción meramente social. En España, tenemos la rareza histórica de asociar el sistema de República con la izquierda o dejar que la bandera nacional sea apropiada por la derecha; pero compartimos con el resto del mundo una rareza aún mayor: asociar el deseo de conservar vivible nuestro planeta y, por tanto, luchar contra el cambio climático como algo de izquierdas.

Es absurdo, es como si considerásemos que querer mantenerse en salud y acudir regularmente a hacerse chequeos médicos fuera algo ideológico. Sin embargo, más que criticar, quisiera conciliar ideas, porque creo que por un motivo o por el otro, independientemente de la ideología política, todos pueden defender esta lucha. Empecemos:
  • La izquierda debe denfender esta lucha. En primer lugar, por mera moral ecologista. La empatía que se presupone a la izquierda no puede quedarse quieta mientras se destruyen ecosistemas y pierde biodiversidad a causa de la actividad (y avidez) del hombre. En segundo lugar, por la histórica lucha de clases y por estar en el lugar del más débil. No olvidemos que loa mayoría de refugiados climáticos proceden de países en vías de desarrollo.
  • La derecha, e incluso la derecha ultranacionalista, debería también sostenerla. Si algo caracteriza a la derecha es la defensa a ultranza del territorio nacional y sus fronteras. Defienden el orgullo de obtener recursos de sus tierras y depender menos de importaciones de países que, por otra parte, podrían estar en las antípodas ideológicas. España podría vivir en una autarquía energética si apostase por las renovables (o casi, se estima que un 95% de la energía sí), sin depender del petróleo de países árabes (algo que agrada también a la derecha, por su fariseo contacto con la iglesia católica) El sueño de todo nacionalista, por supuesto. Además, se generarían puestos de empleo y bajarían las tasas. Por no hablar de las posibles exportaciones. Nada mal, ¿verdad?
  • Los neoliberales, defensores de Friedman y la Escuela de Chicago o, los mal llamados, partidos de centro también deberían enfrascarse en esta lucha. En parte, ya lo hacen. No escapa a nadie que la preocupación por la ecología y sostenibilidad genera una gran cantidad de oportunidades de mercado. Desde la venta de productos ecológicos hasta la producción de envases biodegradables. Además no hay que olvidar el enorme negocio de los monopolios que se dedican al reciclaje. No voy a llegar al punto del fantástico y provocatorio Ignatius (diciendo que reciclar es de derechas porque ayuda a mantener el sistema dando rendimiento económico a monopolios como Ecoembes) dado que no es otra cosa que una provocación satírica, pero es evidente que el nicho de mercado existe, y no para de crecer. 
Así pues, todos y cada uno de los personajes del espectro ideológico debería luchar por el cambio climático. Y si te consideras apolítico, bueno, creo que hacer esta lucha trasversal lo convierte en una responsibilidad social, por tanto, no te escapas. No nos engañemos, el cambio climático no se puede frenar, pero sí mitigar alguna de sus consecuencias más graves. Intentemos por una vez, dejar de embutir el mausoleo de la estupidez humana.