miércoles

El villano inexistente a los ojos de mi ninfa

Hace mucho que pienso, que el problema no es el régimen político (aunque algunos contribuyan más a la causa que otros) ni el contexto socio-económico y cultural, a pesar de que influya muchísimo. Pienso que desde el Neolítico, desde el inicio de las primeras sociedades, el problema es el ser humano en sí y su búsqueda de poder.

En la sociedad moderna y a falta de depredador, el dinero funciona como selección artificial neodarwiniana. Tener más capacidades adquisitivas te hace más propenso a sobrevivir y vivir mejor (al menos cuantitativamente, cualitativamente la historia puede cambiar). El problema del poder no es la lucha por tenerlo, sino el ahínco continuo por mantenerlo y no perder una mínima cuota bajo ningún concepto.

En este mantener el poder, por poco o mucho que sea, contra viento y marea, para mí se halla el florecimiento de la maldad del ser humano. Nadie obvia que esa maldad exista. Ningún adulto. El problema es cuando debes explicarlo a una niña de 5 años.

Se hace realmente cuesta arriba cuando, viendo el Ministerio del Tiempo, aparece representada la figura de un dictador genocida y nuestra expresión facial (la de sus padres) de repugnancia se hace tangible e inevitable. Nos pregunta por qué y le respondemos que porque era un tirano; una persona que gobierna sometiendo violentemente al pueblo. Una persona que es mala con la gente a la que gobierna.

A una niña de 5 años le cuesta entender y aceptar esto. Le cuesta creer que vivamos en un mundo tan maravilloso y que, no obstante, exista una maldad tan pura que lo arruine. Es simplemente así.

Recuerdo, aún, el período en el cual le gustaba jugar al escondite en lugares públicos (sin decírmelo) y desaparecía momentáneamente de mi vista en parques y centros comerciales. Inútil explicar el microinfarto instantáneo. Cuando aparecía yo le explicaba que no me gusta que se esconda fuera de casa sin decir nada, que no es buen juego. Evidentemente ella me preguntó por qué. Yo me vi abocado a responder que me daba miedo que se perdiera.

Ella reía y decía: "no me voy a perder, conozco este sitio" y yo le decía, tengo miedo también de que te encuentre alguien malo. Su respuesta era tajante e inocentemente meridiana "Babbo, no existe la gente mala".

Desarmante. Ojalá fuera cierto, mi ninfa, que no existe maldad congénita en el ser humano, pensé. Los niños pueden llegar a ser muy egoístas, pero nunca malvados como un adulto. Es un tópico, pero es muy duro aceptar que esa maldad existe y saber que tarde o temprano ella también la percibirá.

Su generación es distinta, en clase dos tercios de sus amigos son de ascendencia maghrebí, africana y asiática; los niños no notan diferencia y juegan todos juntos. Tengo auténtico pavor de que un día descubra que existen ciertos ignorantes (algunos con preocupante cuota de poder) que odian a su amigo Abdoul, simplemente por el hecho de existir, por sus rasgos fenotípicos. Por simple y llana maldad, porque el odio une a los acólitos de turno en torno a su figura y le permite mantener el poder.

Algunos dirán que saber estas cosas es un golpe de realidad. Curioso, sin embargo, que para una niña de 5 años, que exista la maldad humana, es sólo una fantasía más. Ojalá su mundo, el de los niños, nunca nos dejara y eso fuera verdad.

viernes

La altiva voz interior del vacío

El grande cuervo mira, observando su próxima presa. Durante minutos, horas y días se dedica a contemplarla. En silencio, de noche, vigila su absurda cáscara, mientras piensa en devorar sus entrañas. Su presa no es su víctima, será víctima de otra fiera. El grande cuervo no cazará, ni será el primero en probarla. Su víctima no es suya, pero una vez muerta, los restos, su caroña, lo que queda, será su banquete. Bajo la luz de la luna, será su coartada.

Esa coartada, en la sabana, pasa inadvertida. Como una cadena trófica que se concluye, como una estrella fugaz que desaparece en la nada. En el infinito absoluto del universo, que de infinito que es cuesta imaginarlo. Por tanto, para nosotros es como la nada.

En ese dualismo nos movemos. Entre conjunto vacío e infinito. Infinito universo en el que predomina la nada. Entre la responsabilidad de lo colectivo y el egoísmo de carroñera causa. Entre el efímero placer perecedero y el merecido descanso tras la labranza. El sol se pondrá de nuevo y la luna saldrá a su madrugada. El mundo seguirá girando y aquí no habrá pasado nada.

Habrá, sin duda alguna, quien lance la voz de alarma. Como el gallo en la mañana, alertando de que se acerca una gran esfera dorada. Apresurándose y coloreando lo que queda de noche estelada. Pasará todo esto y mucho más, y al mismo tiempo; no pasará nada.

El cuervo volverá a su agujero, la presa seguirá siendo devorada. La luna será testigo y la noche esconderá nuestras caras. Luego cantará el gallo y nos daremos cuenta de no tener nada. Porque confundimos tener con ser, porque devoramos toda esperanza. Perdimos el norte en la duda, de si buscarnos y dejarnos guiar. Cuando pase el vendaval, la polvareda se depositará en nuestras casas.

Y antes de dar el primer paso, mucho antes de pensar en dejar tu morada. Piensa en tu naturaleza, piensa en el tiempo que pasa, busca un lugar que sea tuyo. Ni seguro ni de escapada. Piensa si quieres ser un grande cuervo o si la presa observada. Pienses lo que pienses, actúa. Si no actúas, lo que hayas pensado, no servirá para nada.