lunes

Una de las dos Españas ha de helarte el corazón

Mis dudas acerca de escribir una opinión sobre un tema en el que ni mucho menos soy ducho, continúan a rondar por mi cabeza. No quisiera pecar de historicismo ni de oportunismo mediático, pero para alguien que, como he dicho, no es experto en el tema, la muerte de Adolfo Suárez resulta trágica por la brusca manera en que nos damos cuenta de lo poco que la política vale en la actualidad.

De Suárez se han dicho grandes cosas, exageradas o no por la euforia de salir de una dictadura represiva. Pero hay algo innegable: Suárez fue el artífice (voluntario o no) de una ilusión, casi un espejismo, la idea del fin de las dos Españas, la transitoria quimera de un pueblo que por fin había olvidado sus diferencias y perdonado recíprocamente sus pecados, con todo el respeto que dicho proceso requiere. Nada más lejos de la realidad, este atisbo de esperanza y convivencia feliz murió antes del propio Adolfo, antes, incluso, de que perdiera la memoria y la capacidad de interactuar con lo real.

Cuando muere alguien importante, sirve para recordar cosas que habíamos dejado a un lado; la democracia, como tal, nunca existió, o no completamente, democracia política y electoral hacen el efecto cortina perfecto para no percatarse de la falta de la misma en terreno social y económico. Y así seguimos, se perpetúan las dos Españas que se odian, que se echan culpas una a la otra incesantemente y se empeñan en buscar diferencias. Ni olvido ni perdón. Algo de lo que ya se percató uno de los grandes poetas que ha dado nuestra tierra y de cuyo nacimiento se cumplen 140 años en 2015. La Transición prometía llevarnos a algo nuevo, pero sin olvidar viejas rencillas, a nuevos modelos sociales pero con instituciones anquilosadas. Si Antonio Machado levantara la cabeza, vería que el fenómeno de las dos Españas no ha hecho más que acentuarse, a pesar de Adolfo Suárez.

jueves

Crítica razonada a la adulación de la era del Branding (sobre el caso específico de Lululemon Athletica)

Entiendo que sea útil e incluso cómodo el hecho de categorizar todo en periodos históricos cerrados, en eras distanciadas por éste o aquél hito. No pretendo enjuiciar la labor de los profesionales historiadores en cualquier campo; simplemente no comparto esa visión por simplista. Categorizar es cómodo pero poco acertado si lo confrontamos con el dinamismo y mestizaje cultural de lo real.

Entrando en el campo de la comunicación, la dinámica no cambia. Así pues, se habla de la época de la publicidad informativa, de aquella de la televisión con el auge del spot, la era de la información, la era de internet y/o la era del branding.

Ya denostados son aquellos presagios en los que expertos de la comunicación vaticinaban la muerte del spot televisivo desde hace 20 años. La sociedad es dinámica, la publicidad es su reflejo, y viceversa, en un ciclo recíproco donde causa y efecto no están bien delimitadas, en parte, porque no tiene la mayor importancia.

Efectivamente, el spot televisivo no ha muerto, ni ningún otro medio televisivo. Dentro de 20 años podremos encontrar los formatos que hoy conocemos más o menos debilitados y/o transformados, pero en esencia, habrán sobrevivido con el dinamismo que les caracteriza.

La marca, lo intangible, en el siglo XXI es y será el valor más importante de un producto o empresa de servicios, su piedra angular. Más aun que su capacidad manufacturera o sus capacidades técnicas o pragmáticas, la marca como dogma. Fidelizar clientes poniendo el acento sobre un supuesto matrimonio de clientes reales y potenciales con nuestro logo, imagotipo y cultura de marca. Las marcas convertidas en un estilo de vida: la era del branding.
Como comentaba en el primer párrafo nunca acepté dicha apreciación. Es cierto que abundan ejemplos de que todo lo anterior ha sido y sigue siendo cierto para muchas empresas, pero no es menos cierto que otros tantos, aquellos de los no líderes de mercado, nos demuestran día a día lo diametralmente opuesto.

Hace poco leí un artículo sobre el declive de una marca de ropa deportiva: Lululemon Athletica, fabricante de los conocidos como yoga pants y como su marca ha pasado de marcar un estilo de vida a sinónimo de productos de escasa calidad. Algo que el autor llamaba con cierta resonancia el fin de la era del branding manteniendo que, gracias a internet y las redes sociales, asistimos a la revalorización de los valores tangibles: la calidad del producto, su ciclo de vida...

En primer lugar, el caso de esta empresa debe su caída a varios factores: el primero la queja generalizada sobre el material de sus pantalones, calificado por muchas de sus usuarias como transparente.Por otro lado, la reacción del ahora expresidente de la empresa (hace poco presentó su dimisión) fue decir que sus prendas están ideadas para mujeres esbeltas y que estos problemas aparecen porque han llevado sus prendas usuarias con kilos de más. Obviamente esto no ha ayudado a la marca.

El segundo factor sería la viralidad en internet de las opiniones negativas del producto. Se habla de que internet está acabando con la fidelidad de las marcas, la mayoría de nosotros nos informamos por internet y nos fiamos del parecer de otros usuarios antes de realizar una compra a la que damos relevancia, por lo que ya no valoramos la marca tanto como la opinión de otros que la han usado antes. El comprador está más informado que nunca, sostenía el autor, y por tanto, el branding está expirando, salvo en pocos casos en marcas como Coca-cola o Apple.

Mi opinión personal es que el branding no está sentenciado a muerte pero tampoco en auge, por lo que no hablaría de su era ni del ocaso de la misma. Al igual que internet no nos hace más inteligentes o el disponer de más información significa que la usemos. Existen más medios para estar informados, pero también más medios donde ser bombardeados con publicidad cuya línea con la información o el entretenimiento cada vez se diluye más.

Han cambiado nuestros hábitos como consumidores pero también los hábitos de la publicidad. La proporción se mantiene. Dependerá siempre del tipo de comprador. Si yo soy fiel a un dentífrico porque me recuerda al que compraba mi madre y por tanto, a mi infancia, lo seguiré comprando indiferentemente de lo que opinen por internet otros usuarios o los valores que me propongan otras marcas, sean del índole que sean. La información está ahí, sí, pero hace falta buscarla. Sobre todo querer buscarla y eso varía de una persona a otra sin variables mercadotécnicas que valgan.

miércoles

Sinestesia circunstancial

Todo tiene un color. El color lo es todo, no es sólo visible a los ojos: se piensa, se siente, nos mueve y conmueve; nos inunda y connota. Su cotidianidad nos hace no verlo, pero todo tiene un color. Incluso hay quien prefiere vivir en los extremos, en blanco y negro.

Pero no sólo es el color, todo es relativo, también la intensidad, la luminosidad, la saturación...cuentan. Muchos prefieren enaltecer la intensidad, en todos sus puntos, olvidando el contraste, tan importante en el tiempo de infoxicación cromática que nos circunda.

No es sólo color, ni luz, ni sombra; es actitud, aptitud, percepción e interpretación. Es la vida. La vida es color.