miércoles

El lado oscuro de la lista Forbes

Entre el vaho y pompas de jabón, reflexionaba, como de costumbre en estos casos, el otro día. En ese espacio de libertad individual y de pensamiento que es el sagrado momento de la ducha. El zénit de la intimidad, la piedra angular de todo aquel que pretende desarrollar algún tipo de trabajo creativo. No la única e imprescindible, pero sí necesaria e inspiradora. El caso es que, a igual modo que una alergia de primavera; sin aviso previo, fui sorprendido por una cuestión que puede resultar pueril pero que, analizada en cierta profundidad puede llevar a un diálogo interno y eterno con escasos precedentes. Mi cuestión fue: ¿Hasta qué punto es legítimo enriquecerse?

A primera vista, la pregunta resulta absurda (o no), desgranemos un poco su sentido. Para comenzar, mediante un ejercicio de relajación y apatía selectiva extrema intentemos obviar lo difícilmente obviable, es decir, dejemos a un lado paraísos fiscales, privatizaciones y corruptelas político-monárquicas. Pensemos en una persona honesta, que trabaja duro y que gracias a su trabajo ha llegado a tener un poder crediticio alto. Digamos que ha obtenido su privilegiada posición gracias al mérito, algo más que aceptable e incluso "dignitoso" (si se me permite el italianismo), sino digno.

Llegados a este punto, conviene recordar la cuestión del primer párrafo. No hace mucho, un estudio demostraba que en las grandes corporaciones estadounidenses, un miembro directivo podría llegar a ganar hasta 343 veces más que un empleado común. No obstante, no es necesario el viaje transoceánico, en las grandes empresas españolas, tales como Telefónica o Banco Santander, esta brecha muestra una proporción similar nada desdeñable: apróximadamente 17 veces más que sus empleados.

Hace casi un año, leía sobre este tema, una entrevista realizada por el diario La Vanguardia a Christian Felber, el padre del paradigma de la economía del bien común. Pues bien, el titular era, si bien algo diverso en cuanto a términos de comparación, en esencia, parangonable al de este post: "Nadie debe cobrar más de 20 veces el salario mínimo". Da que pensar. Tenemos la "fortuna" de que por ley exista en nuestro país un salario mínimo (y digo "fortuna" porque aunque no lo pueda parecer, en otros como Italia, ni siquiera se te garantiza un salario mínimo por ley), cabe entonces cuestionarse sino sería ético imponer un salario máximo.

Salario máximo. Quiero decir, hasta que punto el sentimiento de humanidad, de un mínimo de solidaridad hace el género humano, no debería ser una obligación. Visto que no lo es espontáneamente y estas cantidades astronómicas pueden verse escusadas y escudadas en lo meramente legal, quizás se deba legislar para controlarlo. Puede parecer demagogía (palabra de moda), pero lo es más cuando los estados dicen que no pueden hacer eso porque sería intervencionismo en la empresa privada, pero sin embargo, acordar un salario mínimo o facilidades para el despido, resulta que no lo sea en absoluto.

Aplaudidos son los deportistas de élite y sobre todo los gladiadores de nuestro tiempo, ergo futbolistas, cuando dedican parte de sus emolumentos (deportivos o publicitarios) a causas solidarias o filantrópicas. No obstante, al tener un poder adquisitivo, en ocasiones del orden de 1000 veces más que un salario mínimo de 600 euros; casi tendrían la responsabilidad de hacerlo. En este punto, no sería una locura una especie de castigo a quien no lo hace; no me refiero a nada vía penal o judicial, pero sí al menos una penalización social.

En conclusión, son harto numerosas las ocasiones en las cuáles nos cuestionamos lo ilícito de enriquecerse según cómo ello se haya producido o la razón por la cual se haya dado dicho aumento de poder salarial. No obstante, parecemos soslayar el hecho en sí, el sustentar una brecha tan grande entre miembros de la misma sociedad (imaginen de otras más precarias), en una sociedad de consumo como la actual, en los que la desigualdad es un mantra a todos los niveles. Forma parte del egoísmo egocentrista más humano, cuyas ramas alcanzan a cualquier hijo de vecino, pero cuyas raíces derivan de un germen común: la creación y percepción de la propiedad humana, el poder poseer objetos, lugares, responsabilidades y, en algunas parte de este mundo, incluso personas...

martes

Lecciones de branding para un país de pandereta

Os propongo un sencillo ejercicio de empatía. Imaginemos por un momento que somos jóvenes de 30 años, que han estudiado y trabajado duro toda su vida y cuya carrera nos ha llevado a trabajar a una alta institución europea de nuestra rama en Holanda. Pero a pesar de todo, llega el momento en la vida de toda persona en la que se añora tu tierra, a pesar de los bellos frutos que uno haya madurado gracias al crecimiento de sus ramas, las raíces son imprescindibles y no se pueden dejar atrás, no totalmente.

Digamos que hemos utilizado un programa de becas para poder regresar, que tras todo el engorroso proceso burocrático de nuestro país, digno de un artículo de Larra, y de los peor organizados de Europa (quizás sólo superado por Italia) resultamos como candidatos a dicha beca. Pues bien, una mañana te levantas y enciendes el ordenador. El correo electrónico centellea, nuevo mensaje, pero no es de la beca que esperabas sino de la Sociedad Europea de Física, suena serio: te han premiado como mejor joven físico experimental de Europa por tus trabajos en el experimento LHCb del Gran Colisionador de Hadrones. Básicamente has logrado confirmar los fundamentos del modelo estándar de la física, ahí es nada.

Después de la evidente sorpresa y mayor emoción, te decides a llamar a los tuyos, tus raíces que se alegrarán tanto. No obstante, la llegada de un segundo mail interrumpe esta felicidad, en este caso es la respuesta de la bolsa de ayuda del Ministerio de la que hablábamos, lo que sería prioridad en el día pero, con el hecho de la premiación, habías olvidado. Se emborrona el júbilo: no sólo no has sido aceptado (por lo que no vuelves a casa) sino que no has pasado las pruebas de admisión por tener un currículum por debajo del nivel para un país como España...

Dejen de imaginar, esto es real. Es el caso del joven investigador gallego: Diego Martínez Santos. El comité de "expertos" pertenecen a la beca Ramón y Cajal, y esta triste historia es un símbolo más de las prioridades de nuestro país. Eso sí, Eurovegas es algo que se debe ver como prometedor, al igual que construir modificando la actual Ley de Costas, silenciar que las fábricas que han sufrido derrumbes en Bangladesh pertenecían a subcontratas que explotaban para H&M y Grupo Inditex, entre otras barbaridades y corruptelas de la España más profunda y cañí. No necesitan más ejemplos supongo, políticos y medios de comunicación usan el término cada día, aunque identificándolo erróneamente en la mayoría de los casos. Queridos lectores, ésta es la verdadera Marca España.

miércoles

La pregunta retórica

Imaginad por un momento que soy el genio de Aladino,
podéis pedir cuanto queráis,
y controlar vuestro destino.

En contra a lo que imagináis
seguro que os contradigo,
y es que no sabéis lo que pedir
y en las siguientes líneas me explico.

¿Queréis ser mejor persona, rodearos sólo de gente buena
o quizás sólo un Lamborghini y un gran piso en Las Vegas?
¿Que acabe la corrupción de todo este sistema
o subir en la escala social para disfrutarlo sin problemas?

¿Os conformáis con ayudar a arreglar un poquito este mundo
o preferís un hedonismo contínuo a cada segundo?

Estoy seguro, no es sencillo saber lo que pedir,
cualquiera clama en sociedad, defender lo colectivo
aunque a la hora de la verdad, a la hora de decidir
el individualismo (n)os podría, el egoísmo más altivo.

¿Quieres tener la aptitud del artista y con trabajo conseguirlo
o sólo la fama y el prestigio sin ningún motivo?
Llegar arriba sin currar, convertirte en lo que criticas,
autoperpetuar tu poder, ignorando el resto de las vidas.

Pretendo hacer pensar con este texto experimental
lo fácil que resulta a todos hablar en subjuntivo
si fuera, fuese, pudiera o pudiese...
Pensad ahora la respuesta: ese será vuestro camino.

martes

El mejor cumpleaños posible

Una muy buena amiga me dijo hace un tiempo en una situación totalmente diversa pero en la que también, las fuerzas comenzaban a escasear: es muy difícil realmente tocar fondo, es más si crees que lo has tocado es síntoma de todo lo contrario. No obstante, en el peor de los casos puede servir para impulsarte y motivarte en que todo lo que venga ahora no puede ser peor. No parece algo positivo, pero no es tampoco negativo.

Por eso, ante días que parecen repetirse y horas vacías, ante la tentación de la excusa fácil a la resignación pero con el mantra claro de que "si quieres cambiar algo, debes probar haciendo cosas distintas", momentos como los vividos hace unos días, no sólo dejan una imborrable huella sino que ayudan a luchar contra nuestro peor enemigo en esta época: nosotros mismos, especialmente, esa pequeña región de nuestro cerebro en el que se generan nuestras expectativas.

Angustia y desazón, cambiar candidez e ilusión por inercia inoperativa. Son estos los problemas, pero no de lo que quiero hablar hoy. Porque a veces buscamos cambios externos para mejorar el equilibrio interno, y nuestro cegado egocentrismo nos hace olvidar que gente que forman parte de nosotros están ahí, siempre, para lo bueno y para lo malo.

Lo de estos últimos días, cuya sensación de fugacidad es directamente proporcional al bienestar que hemos sentido, ha sido algo mágico; realmente lo necesitaba, este paréntesis, en este caso era algo más que una visita familiar.

Porque precisamente, lo más valioso tantas veces es aquello que no se puede cuantificar (por fortuna), tan bello como inesperado. Con el poder de transformar las horas, minutos y segundos de nuestro sistema sexagesimal en momentos e instantes, que devendrán en felices recuerdos. La unión suave y cuasi sinfónica, a través de la armonía de un ritmo musical, las risas infinitas, las miradas de complicidad, el no querer que aquello acabe y el saber perfectamente que lo hará espacial y temporalmente. Corazones que baten al unísono y hacen mover sus extremidades con una orquestación exquisita, una amargura en la despedida que conlleva una extraordinaria felicidad en el reencuentro. El poder disfrutar, celebrar, reír, cantar, llorar de una famila, mi familia. La importancia relativa del resto y la suerte de poder compartirlo con la única persona con la capacidad de erizar todos tus poros con apenas un suspiro de sus labios.

Hace un tiempo lo escribí, no es ni el mejor ni el peor de los períodos, el ánimo no debe decaer y la región más bella de Italia ha sido testigo del reafirmar de este deseo imperturbable. El poder haber disfrutado de la familiaridad, en su sentido más íntimo y cercano, hecha vida, que es la vida en sentido absoluto. Absolutamente: el sentido de la vida.