lunes

El demos que hay en la kratos de cada día

El humano es un ser racional, a veces, y social, por necesidad autoimpuesta. Así pues, bajo estas premisas, inicia nuestra designación como seres sociales. Ya en el neolítico, vimos (plural mayeustático permitiendo) que un asentamiento necesita de una organización, que no todos somos igualmente fuertes para sobrevivir por nuestros propios medios; y que, por tanto, al débil y al fuerte debía corresponder atenciones equitativas, sino iguales. Nace así la mera noción de justicia social.

Es obvio que el párrafo anterior no es más que un ejercicio de imaginación, no soy antropólogo ni arqueólogo (ni lo pretendiere), pero me vale de trampolín para el párrafo siguiente, que es éste, las líneas que estáis recorriendo ahora. Pues bien, metalingüísticas aparte, esa justicia social es aceptada por todos hoy día, al menos de boquilla. "Es justo que tengamos iguales oportunidades y que exista una igualdad ante la ley" es una frase que podríamos atribuirnos todos, aun a riesgo de parecer bienpensantes o bienquedas, pero el hecho es que teóricamente todos lo aceptamos y compartimos, en gran medida.

Pero vayamos a la práctica, descarguemos a tierra toda esta lluvia teórica. Dejemos de un lado el olimpo volcánico de la política institucional, que bastante hemos tratado ya. Quisiera guiarme por dos lugares colectivos, protosociedades si se quiere, en los que todos hemos cohabitado. Me centraré en la escuela y el trabajo, dos mundos (el escolar y el laboral) en los que analizaré la (no) presencia de democracia, en el sentido en que la entendemos y compartimos según lo ya escrito.

Es obvio que una escuela no es un lugar democrático, más bien noocrático, donde los sabios gobiernan, el poder está de la parte de quien ostenta los conocimientos. Aunque para Platón fuese la mejor forma de gobierno no es democrático. Y es que los criterios para ser considerado sabio o parte de la plebe son bastante subjetivos, llegando a ser casi arbitrarios. En segundo lugar, es un sistema basado en no considerar preparados a los que no cupan la cúspide y por tanto no escucharlos. Dar la espalda a la mayoría, se parece en este caso más a una oligarquía (cambiando criterios económicos por culturales para llegar a la cima de la pirámide) que a una democracia.

Entiendo que los alumnos son menores, que los profesores son educadores y están preparados para ello, que existen consejos de clase y algunos elementos de participación estudiantil (o ciudadana si continuamos con el símil). No pretendo criticar nuestro sistema educativo, solo dejar claro que no es democrático. Y así lo aceptamos, no pasa nada por decirlo.

Sigamos adelante, crezcamos. Ahora ya somos mayores de edad y tenemos la suerte de ser remunerados por ocupar nuestro tiempo y capacidades para un fin más o menos ajeno a nosotros. Entramos en el mundo laboral. Creo que nadie se lleva las manos a la cabeza si digo que en el mundo laboral la jerarquía piramidal es el sistema.

Aceptamos que el salario incremente en base a la ascensión en dicha pirámide o de la antigüedad, presuponemos una cierta meritocracia, una cierta igualdad de oportunidades para subir en la jerarquía. Mi experiencia me dice que ésta en casi todos los casos brilla por su ausencia, y aun existiendo, siendo su finalidad subir en la pirámide para mandar sobre el resto, se parece en más a la tiranía que a una democracia. En conclusión, en el mundo laboral tampoco practicamos la democracia, lo aceptamos con mayor reparo, luchamos con nuestras armas, pero el sistema es el que es.

Cabría preguntarse por qué pretendemos que todo un sistema social sea democrático cuando aceptamos que no lo sea en microsistemas más cercanos como la escuela o el trabajo. Y sobre todo, y no menos importante, ¿existen alternativas al menos en el mundo laboral, donde ya somos adultos todos, para cambiar esto?

Yo creo que sí, que pueden existir, y que hay casos alentadores, viajemos juntos a Argentina. Hace 15 años, el BCE y FMI provocaron una crisis muy parecida a la vivida en el resto del mundo en estos últimos años desembocando en el conocido corralito, algo que merece ser estudiada con mayor detenimiento. Os aconsejo para ello este libro de Naomi Klein.

En el contexto de aquella argentina y sobre todo como consecuencia de ello, muchos trabajadores cuyas empresas declaraban bancarrota, decidieron organizarse constituirse en cooperativas y seguir trabajando. Todos con igual salario, todos con horarios más libres; es obvio que no sin dificultades, pero todos haciendo de su lugar de trabajo algo más democrático. El Hotel Bauen de Buenos Aires es uno de entre cientos de casos de estas empresas recuperadas, como se ha llamado al fenómeno.También en la región en la que vivo: Emilia-Romagna tiene muchos ejemplos de estas cooperativas.

Como conclusión, el trabajo cooperativo aun no siendo la solución al problema de la falta de democracia en el ámbito laboral, es un paso adelante. No es la panacea y requiere de atención contínua, pero con esfuerzo es una bocanada de aire democrático (he trabajado dos años en una y os aseguro que es totalmente distinto al resto de trabajos que he conocido).

¿Y haciendo más democrático nuestro lugar de trabajo consiguiremos una democracia real? Pues quizás no directamente, pero es un primer paso. Porque parafraseando una cita atribuida a Einstein (una de tantas) la locura sería pretender resultados diferentes haciendo siempre las mismas cosas.