viernes

La quimera humana del talento sempiterno

Cuando me encuentre delante de Dios al final de mi vida, espero no haber desperdiciado ni una milésima de talento y así, poder decir que he usado todo lo que me ha dado (Erma Bombeck)

Dejando a un lado a los dioses y su utilidad como relajante psicoterapeútico para la vida cotidiana de lo que ya hablé en su día, el final de la vida debe ser como el final de un día cuando eres un niño. Acaba todo lo conocido y al día siguiente todo está por conocer. Aunque en el caso de la muerte acaba literalmente todo; conocido y por conocer.

Ante tal trágico suceso, es un lugar común mirar hacia atrás, como aquel pensamiento recurrente y comprometido en la cama antes de dormir. Aquel "¿qué he hecho hoy de nuevo, interante, útil, fructífero...?" y así hasta el infinito.

Como pequeños faraones egipcios, quisiéramos ser inmortales. O al menos, intentar serlo en la memoria de los que quedan y los que vendrán. Todos tenemos algún talento y todos tenemos miedo a usarlo mal o poco, y aun más de usarlo al máximo y que no sea suficiente. A morir de fracaso o sofocar de éxito. A atrofiar lo que se esperaba de nosotros, aunque a esperar muchas veces seamos solo nosotros mismos.

Son numerosos los pintores, escritores, poetas, dramaturgos, músicos... que vivían obsesionados con el talento; con no tener suficiente o con no tener herramientas, colores, palabras, escenografías o sinfonías lo suficientemente dignas de expresar su rico mundo interno. Pero como el tiempo, el talento es relativo, y nosotros como público lo percibimos aunque para el genio esté funcionando sólo a medio gas.

En mi modesta medida, por supuesto no me considero nadie con un especial talento, a veces me sucede de tener elucubraciones mentales o un concepto sobre el que escribir o manifestarme de alguna manera. A veces escribo a mano, otras lo macero en la mente y entonces acaban en este blog. Pero os puedo asegurar que sólo uno de cada diez de esos textos me resulta que puedan ser dignos de la chispa que los originó.

El talento es una explosión fantasiosa de la inteligencia que da como resultado algo que resulta útil a otros de alguna manera. Del talento surgen grandes campañas publicitarias, obras teatrales o himnos musicales. El talento se toca con el arte. Es inmaterial pero da como resultado el mejor patrimonio humano posible.

Cuando me encuentre al final de mi vida, no pensaré al talento ni al arte, ni a los objetivos cumplidos, ni de haber usado todo lo que he madurado en vida (no estoy completamente de acuerdo con los talentos naturales, pienso que todos merecen ser trabajados para desarrollarse). Pensaré en quien tenga delante, besaré a quien quiera, escribiré letras eternas para quien se queda, lloraré y reiré. Viviré al margen de deseos faraónicos de ser eterno. Y moriré, como consecuencia de haber vivido. Moriré sabiendo que he pensado, besado, escrito, llorado, reído y vivido al máximo. La evaluación de mi talento o la ausencia del mismo lo dejo al resto.