jueves

Anorexia mental y bulimia autocomplaciente

Y entonces, el mundo cambió; aunque 2021 llega ya tarde para ver ese cambio.

Hoy toca reflexión personal, lo siento. Observo que el trabajo desde casa, el famoso smartworking, suena moderno pero deja regustos carcomados a viejo. Sinestésicamente, su melodía suena siempre a rutina. Cambian los escenarios y vestuarios de esa rutina, a la vez que aumenta el vacío, la sensación de socialización pérdida, la similitud de los días... Como si se dejase de ser parte de algo mayor, de estar integrado en algo mejor, de no ser más que una célula perdida y despojada de tejido en el que convivir. Como si la vida fuese inercia pura, sin más.

Cierto es que esta visión puede ser resaca de los meses que van desde septiembre hasta diciembre son los más plúmbeos en terreno laboral para mí; pero no es menos cierto que la apatía que actualmente nos invade se ha visto acentúada por la situación actual, que en mi caso (y en muchos) parece que ha venido para quedarse.

Esta rutina derivada en apatía crea, en mi opinión, una especie de anorexia mental de la que es difícil escapar. La falta de estímulos acompañada por el periodo histórico con más distracciones posibles, provoca un recreo en la banalidad (horas mirando el móvil) y un sentimiento de culpa de crisis nerviosa. Somos, en apariencia, amos de nuestro tiempo, más que nunca. Podemos aprovecharlo para hacer esas cosas que casi nunca podíamos en la oficina y adecuar los horarios a la propia vida personal. Muchas veces, acabamos haciendo lo contrario y, más bien, debemos adecuar nuestra vida personal a los horarios del propio trabajo. El peligro es obvio, con la apatía como norma se llega al punto de ver algo que la rompa como una temeridad.

Soy consciente de que estamos ante un cambio de paradigma, que esta sensación de extrañeza es temporal, que aunque en mi caso trabajaré siempre a distancia; las modalidades prácticas se irán amoldando y evidentemente hay tanto de positivo. No pretendo lamentarme de un problema nimio de primer mundo como éste, sino traer a la luz, algunas de las consecuencias que creo que acarrea. 

Esta falta de socialización y de cambio dinámico de escenario vital nos lleva a una especie de anorexia mental que intentamos colmar de distintos modos. Uno de ellos es el consumo exacerbado. Observo que llega un momento en el que pedir algo online, inscribirse a una plataforma de streaming o cualquier otra experiencia de consumo nos da la falsa sensación de libertad, de hacer algo más que trabajar, comer y dormir. De volver a controlar los días y las horas. Al fin y al cabo, recuperar la sensación de socializar. Eso sí, con nuestra identidad online dado que no podemos con la física y en un contexto distinto a la chat, ya canibalizada por el trabajo. 

Y es la identidad online o digital, el segundo punto que observo que ha evolucionado. No sé si para bien o para mal, pero ha cambiado para siempre. Hace unos meses escribía en este mismo blog sobre la identidad online y como, a veces, superaba a la física o real. Actualmente, pienso que nuestra identidad virtual ha superado y está ya más presente en nuestra cotidianidad respecto a nuestra identidad física. Llegando al punto de poner en duda cual de las dos debiera ser considerada real

Y el ciclo da inicio cada mañana y concluye cada noche. En la cama con mil pensamientos y cosas que hacer, que bien intuyes que no se harán. Hace tiempo, en marzo de 2020, escribí un post en que reflexionaba sobre como la situación de confinamiento nos había puesto en frente a un gran fuego, donde crear y reinventar. De ese fuego ahora quedan ascuas, que aprovechamos por ahora para hacer barbacoa y seguir tirando. Hemos de avivar ese fuego, hemos de encontrar nuestro lugar en esta nueva normalidad y no podemos tardar mucho en encontrarlo. De hecho, ya llegamos demasiado tarde...