miércoles

A mi abuela

Recordaré siempre esa mirada impertérrita al paso del tiempo, que parecía mirarte directamente al alma, a través de esos ojos a caballo entre azules, verdes y el color de la miel. "Hay tiempo para todo. Para lo serio y para las chalauras" solía decir cuando en una situación, correspondía mantener la compostura. Hablo de una mujer, para mí, estandarte de la fortaleza interior y con un sentido del humor intachable, que se desvivía por su familia y recordaba su infancia con una ilusión que transmitía mediante sus recuerdos a quien le escuchaba. Como su orgullo por haber nacido a las faldas de la Peña de los Enamorados o su eterno aprecio por la vida en el campo. Resistió con la máxima entereza malos tragos, como la muerte del amor de su vida o como, lo que debe ser la peor de las amarguras en esta vida, la pérdida de uno de sus hijos. Me encanta recordarla en un día como hoy, aunque siempre la tengo presente. Con esa mirada y con esa sonrisa; y, a pesar de que el porqué de estas líneas sea triste, puedo esbozar una sonrisa porque ya descansa en paz junto a mi abuelo. Pero sobre todo, porque sigue viva dentro de cada uno de sus hijos y nietos. Hay personas que dejan huella en tí, pero la suya además tiene la peculiaridad de ser imborrable, como la intensidad de su densa mirada.

Hoy es un día en el que pesa la distancia geográfica más que nunca. Te echaré mucho de menos, abuela.

viernes

Sobre la publicidad (reflexiones tras un buen café)

Me encanta desayunar fuera de casa, es un hecho; siempre y cuando disponga de cierto tiempo. El miércoles era un día de esos, en que, antes de una importante entrevista de trabajo, dispuse de una hora completa. Esto no es más que el contexto en el cual, tras mi café espresso y mi cornetto di Nutella me imbuí, mientras vaciaba a pequeños sorbos lo que quedaba de café y el posterior "chupito" de agua, en la lectura de un conocido periódico italiano. En el mismo, para mi sorpresa, entre noticias de políticas económicas o economistas disfrazados de políticos y politólogos; encontré un artículo tan breve como interesante sobre el mundo publicitario, cuya autora era una de las más destacadas creativas y copywritter de Italia, y  profesora en la actualidad de la Universidad Bocconi: Anna Maria Testa. Que pradójicamente comparte apellido con Armando Testa (publicista de relieve internacional y con importante agencia publicitaria homónima) sin ser ni hija ni pariente de éste.

En el artículo, hablaba de cómo la publicidad ha ido evolucionando a lo largo de las décadas: pasando de presentar escenarios de ensueño en los 80 a intentar mostrar modelos de conducta a los potenciales consumidores durante los 90. Para llegar a esta década y en especial desde 2008, en la que el receptor de la publicidad rechaza toda clase de mundo onírico en una época difícil y convulsa como la actual; y es aquí cuándo escribía la frase que, para mí, resumía el concepto de todo el artículo: "Estamos creando publicidad que va dirigida a un modelo de consumidor (de la misma) que ya no existe en la actualidad y que rechaza la publicidad aspiracional. Hace más falta publicidad inspiracional, esto es, mayor creatividad"

Obviamente, no soy nadie para juzgar y ni mucho menos tachar estas palabras. No obstante, sí quiero matizar mi opinión sobre ellas. Según creo, nuestro concepto de receptor es lo que ha quedado anquilosado. Es algo, a todas luces, tan patente como lógico: en muy poco tiempo ha cambiado la manera de comunicarse y sobre todo, el uso de los medios de comunicación. Sé que suena a rancio y repetitivo, pero es que es así. Hoy día, más que nunca, el boca a boca es la mayor herramienta publicitaria y para ello no basta sólo con estar presente con el consumidor a través del medio predominante, actualmente Internet; sino tener la creatividad para interactuar con él sin resultar un intruso o una molestia. Y en esto, como pasaba y pasa en televisión, sigue siendo necesario un buen estratega de comunicación, la repetición excesiva o demasiada presencia de nuestro anuncio genera siempre rechazo hacia el anunciante.

Estoy de acuerdo con que una publicidad que nos muestre un escenario idílico no identifica al consumidor, sin embargo, otra en la que se muestre un modelo de conducta, por así decirlo "austero", tampoco. Por ejemplo, nadie se siente identificado con los anuncios de compresas con sus escenarios de ensueño, ni tampoco lo hacen con los anuncios de quitamanchas para la ropa, a pesar de mostrar un contexto más realista. A pesar de lo que pueda parecer, esto no es mala sino buena noticia. Si la publicidad fuera perfecta, este oficio no tendría más futuro.

Con esto quiero decir que, aunque las nuevas generaciones cada vez exijan más para ser sorprendidos por una acción publicitaria, eso no quiere decir que no se siga necesitando a auténticos profesionales de la comunicación. Porque sí, hoy día cualquiera hace un blog y una fanpage en Facebook, y su sobrino que sabe Photoshop (algo que se está convirtiendo en el mínimo en las nuevas generaciones, como imagino que sería para mi generación el manejo de pack office o mecanografía para las anteriores) le hace un cartel genial; todo a coste cero. Hace unos años, si querías aparecer en un medio nacional debías comprar el espacio, en Internet el espacio existe desde antes y ya es gratis, la comunicación continúa y el boca a boca lo hace todo, y no hace falta más.

Como decía, este escenario no es desolador sino todo lo contrario. Que una persona haga lo antes mencionado a coste cero, no lo convierte en una campaña ni en comunicación, y ni mucho menos, en una comunicación eficaz. Porque más importante en una campaña que la idea, su alcance y que la propia creatividad es aún la eficacia. Sin ella, pierde su razón de ser. Ese es el valor añadido de un profesional de la comunicación o el diseño.

En fin, después de este largo análisis sólo puedo concluir que lo que muestre cada publicidad se deberá a los objetivos de comunicación, target e insights de la marca anunciante, porque como siempre, no se puede generalizar en un tipo de comunicación a la que aspirar para llegar a la perfección, sencillamente no existe de forma absoluta. Y en suma, debemos amoldarnos a lo que caracteriza nuestra época: la desaparición de la comunicación de masas tal y como venía concebido en el anterior siglo; para poder anticiparnos a lo siguiente. En cuanto al futuro de la publicidad, es difícil profetizarlo, cuando apenas no sabemos que decir acerca del propio presente.

jueves

Observando la lluvia de madrugada tras la ventana

Que no muera el deseo, ni cesen las fuerzas. No falte el ahínco ni se ausenten en la mente las esperanzas. Que luchar sea una constante, no en el sentido de competir, sino en el de aprovechar cada oportunidad; que procrastinar no sea más que otro vocablo conocido, pero no definitorio.

Que llegue el punto en que la probabilidad cambie estos deseos del subjuntivo al futuro, y que sea el presente quien decida cual cumplir y en qué grado. Que no es la peor situación, ni en las peores condiciones, que el contexto externo no ayuda pero tampoco dificulta. Que el mundo es vasto, como vastas son sus oportunidades; pero no existe ningún imán para las mismas.

Que de ésta se sale, que existen buenas intenciones y calibrados objetivos, que el apoyo y cariño de los tuyos es manifiesto y superlativo. Que sí, es cierto, no tienes trabajo, y que, a pesar de las horas invertidas en buscarlo y el empleo del tiempo en seguir estudiando la lengua; siempre parece ser insuficiente o al menos, poco para el ideal. Porque su aprovechamiento no nos hace exentos al fluir del tiempo, fugándose antes nuestra certera impotencia. Porque nunca dejaste de ser positivo, pero los días fríos y lluviosos, como hoy; te confieren ese especial y traicionero estado de melancolía.

lunes

Buenas Noches

Existen dos tipos de persona a la hora de dormir: los que no soportan el frío rodeando sus pies mientras duermen, y por ello, tienen la imperiosa necesidad de tenerlos cubiertos; y los que, como yo, preferimos la sensación de libertad, manteniendo los pies nudos entre las sábanas. Puede que, por mi desliz al olvidar quitar mis calcetines, o probablemente no. Pero aquella noche parecía especial. Nunca fui insomne, ni me preocupó lo más mínimo ese asunto. No obstante, por alguna desconocida razón, prefería mantener los ojos abiertos, la consciencia despierta, y mi piel alejada del suave y cálido tacto de la franela.

Giré con la, en ese momento, menor torpeza posible la manilla de la puerta. Abriéndola con el sigilo y cautela de quien arropa en su cuna a un neo-nato, que por fin ha caído en una somnolienta tranquilidad. Mientras atravesaba el pasillo, inmerso en la oscuridad, millones de pensamientos aparecían y se esfumaban con la inmediatez de lo efímero; algunos lógicos, otros no tanto. Aunque todos parecían ser tomados en consideración por alguna parte de mi mente. Era extraño estar en esa sala de estar en la que, a la luz del día, es lógico permanecer horas enteras; pero ahora todos duermen, y yo seguía allí, pensativo; preguntándome si al encender la tele el ruido sería demasiado excesivo o lo que pensarían todos si se despertaran y me encontraran aquí en medio, en la sombra y ensimismado en mi propia indecisión.

Después de unos minutos en los que decidí, con la más que notable parsimonia que da un contexto tan raramente silencioso, cual sería la luz más conveniente para encender y no molestar a quien duerme plácidamente y es ajeno a toda esta historia.Veo un bolígrafo al borde de la mesilla y a su lado una pieza de papel. Con total seguridad, habría mil cosas más urgentes que hacer en aquel momento y que había dejado lastradas con el angustioso devenir de los días, sobretodo en este periodo; pero esto era lo que necesitaba hacer. Y ahí estaba. Con la perplejidad con la que se admira algo que siempre se ha deseado, pero que, por una razón u otra, es de lo que más se adolece. Era el momento, en tiempo y lugar perfectos (al menos para mí), para encontrarme nuevamente con el placer inmenso de la escritura nocturna.

Y así sucedió, uno de tantos momentos de este tipo. Aquel que recuerdo por su peculiaridad y que desencadenó una serie de noches en vela en pos de la escritura nocturna, con tiempos diversos y un silencio sepulcral que llama a la concentración más absoluta; la perfecta intimidad entre quien escribe y la hoja en blanco, donde la mente se desliza con las graciosas punciones de la tinta sobre el papel. La auténtica libertad, la mejor manera de volver después a la cama pensando: "...¡y buenas noches!"