miércoles

Make the world afraid again

Últimamente escribo menos y noto que solo tengo palabras para mi ninfa, palabras que guardo para ella con recelo, que no comparto y esperan pacientemente a ser deshilachadas por mi pequeña cuando ya no lo será tanto. Pero la mañana de hoy me llama a escribir, a posicionarme, a pensar y plasmar en bits el frugor de la explosión neuronal que se produce. Para quien lo olvidase en algún momento (y me incluyo en dicha lista), esta es la esencia de Brainsploiding.

Amanece, que no es poco, con Trump ganando las elecciones de Estados Unidos; que ya es demasiado. No apoyo tampoco a Clinton, además creo que es el sistema electoral en sí de ese país que apesta de obsoleto, pero es imposible no tener una opinión ante el ascenso del nazismo en una de las potencias mundiales en los tiempos en que vivimos.

Uno, que es de naturaleza nostálgica, no puede no echar la vista atrás. Hace ocho años, un candidato prometía el cambio, la ilusión, derechos sociales y humanos (aunque de todo ello cumplió poco, hablo de Obama). Ahora gana un candidato cuyo mayor punto fuerte es ser millonario, haber pagado su campaña y culpar de todo a las minorías étnicas.

Trump no es tan estúpido como parece, pero no creo equivocarme cuando afirmo que la ignorancia reina en su electorado. Sus votantes son los perdedores, hombres blancos cabreados que sienten haber perdido, que el sistema los ha marginado. Sensaciones que pueden ser ciertas, aunque probablemente no sean los únicos en este capitalismo salvaje, pero el fascismo, como nos ha demostrado la historia, no es la solución. Nunca. Trump ha sabido evocar un supuesto pasado de grandeza y liderazgo ensalzado con tintes patrióticos que harían vomitar hasta al más nacionalista. El resto no importa a su electorado: Trump es distinto, rompe con todo, habla por los descontentos y fracasados y es un triunfador; y puede decir lo que quiera de quien quiera porque es multimillonario.

A partir de ahí, cualquier cosa que se sepa de él como su expolio de un Parque Natural en Escocia en 2011, sus corrupciones, su negativa a mostrar su declaración de la renta, el trato vejatorio a las mujeres y su tremendo discurso fascista (muro en México y culpabilización de la comunidad musulmana de todo mal, incluidos) son meros detalles.

E incluso pueden reforzar el voto. Hace pocos días escuchaba en la Ser que la corrupción no pasa factura e incluso da votos al PP en España. En parte porque existe en sus votantes la sensación de "si yo pudiera y nadie se entera también lo haría" combinado con el dicho brasileño "es corrupto pero hace cosas" con un poco de aliño del miedo al oponente. Por ello, sus votantes por más incorrecto y moralmente deplorable fuere votarle, con mayor ahínco lo harán, reforzando su postura en algo que parece prohibido.

Algo análago parece ocurrir con Trump. Él mismo dijo que estas elecciones iban a ser como el voto que llevó al Brexit. Se refería al éxito del resultado inesperado, pero tenía razón porque en ambos casos la campaña ha sido difamatoria y populista, pero nunca informativa y porque el resultado demuestra una vez más algo con lo que hemos de convivir en una democracia: existe una mayoría de ciudadanos ignorantes.

Como conclusión, la elección de Trump culmina uno de los vaticinios de crisis más graves, la crisis moral que recorre nuestro planeta. Da igual lo que haya hecho o las barbaridades que prometa, como si se quiere tatuar una esvástica en el pecho, nuestro nivel de inmoralidad ha rebasado cada límite y Estados Unidos es hoy el mejor ejemplo de ello. Ya no es cuestión de izquierda o derecha sino de memoria. El fascismo del siglo XX ocurrió y si lo olvidamos con tanta facilidad, nadie puede asegurar que no pueda volver a ocurrir.